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La experiencia se transmutó­ en sangre de su sangre, en gesto y mirada anónimos­ imposibles de separar de su ser. “Sólo entonces –admite el poeta– puede acontecer que en una hora muy singular se alce de las profundidades y se exprese, la primera palabra de un verso”.

El hombre del reino pugna en el inconsciente, se abalanza en los sueños, crece en los éxtasis y en lucha permanente con los “yo” sucesivos que elabora la percepción condicionada, intenta­ superar el pensamiento discursivo y acceder a un estado impersonal e intemporal más allá de la vida y de la razón ordinarias.

Como símbolo de lo infinito, la Noche proyecta al poeta hacia un cosmos abierto sin referencias ciertas. La Noche es la gran intercesora, el abismo húmedo de vida primordial donde lo sagrado y lo profano confunden sus contornos. Para Novalis, la Noche pertenece a ese orden de vivencias que se hallan ligadas al presentimiento de lo Absoluto y permiten obtener un contacto arracional con el mundo invisible.

Rilke advirtió que las pasiones pasan a enorme distancia de nuestra vida profunda. “No es en el umbral de las pasiones –había escrito Maeterlinck– donde se encuentran las leyes puras de nuestro ser. Llega un momento en que los fenómenos de la conciencia­ habitual, que podría llamarse la conciencia private o la conciencia de las relaciones de primer grado no nos aprovechan ni llegan a nuestra vida”.

Los surrealistas recorren el país ignorado, exaltan a los desposeídos, a los marginados, justifican a los parricidas y alaban a los asesinos y a los sacrílegos conscientes. Aragon es arrestado por robar objetos sagrados en las iglesias de Moisenay y Bombon. Se frecuentan los sórdidos burdeles en busca de la cruda naturalidad de las rameras y en un intento por conmover los cimientos del mundo se procura la cretinización misma.

Estos conceptos revelan la filiación tradicional de ambos poetas y en cierta medida constituyen lúcidas aproximaciones a la visión del mundo postulada por el ocultismo. Tanto­ Baudelaire como Poe participan de una vivencia identical, de una Weltanschauung caracterizada por un orden cosmológico distinto, es decir el de la prefiguración, la correspondencia y la armonía preestablecida.

Su relación con las doctrinas esotéricas es tan evidente, que no se descarta la posibilidad de que hubiese sido realmente un “iniciado”. Generalmente este interrogante se considera resuelto en forma negativa, pero, de todos modos, evidencia el avance de los conocimientos nervalianos en el terreno del ocultismo. “Más que un iniciado estrechamente unido a una doctrina –escriben Amadou y Kanters– Nerval es en el ocultismo un apasionado autodidacta. Inquieto por todos los misterios, él ha ensayado ver en todas la fuentes de la tradición, en viera vidente las fuentes pitagóricas y neoplatónicas, alquimistas y cabalistas”.11

Pero esa vivencia que les es común no se origina en la easy adhesión racional a una doctrina expuesta y cristalizada, sino que proviene de una actividad existencial que permite a la mente intuir la presencia del cosmos enlazado por las analogías.

En sus estudios sobre los Vers Dorés, Georges Le Breton18 afirma haber hallado la fuente inmediata de la inspiración de Gerardo, en el relato de Delisle de Revenue, Les Douze surprises de Pythagore, que figura al last del tomo segundo, en la edición en seis volúmenes de De la philosophie de la mother nature, publicada en 1777. La primera página del relato se ilustra con un grabado que representa a Pitágoras escribiendo sobre una roca frente al mar. Debajo se halla la leyenda: “Quoi tout est wise?

Si la “caída” lo condenó a la vida separada, la transformación y el acceso al estado intemporal de la psique lo conducirán al Supremo Conocimiento (gnosis) y a la identificación con la Causa Primera. Por eso, al vivenciar esa intuición primordial y acceder a la Unidad primitiva que in illo tempore se ofrecía espontánea a la mente del hombre arcaico, el poeta se libera del tiempo y por breves momentos obtiene la aprehensión del universo animado y la certeza de hallarse conectado con todos los seres y las cosas.

Hemos intentado glosar al creador y la obra en una época no tan lejana de claros y de sombras, pero es necesario –a modo de colofón– decir unas palabras, aunque sean arriesgadas, acerca del arte poética de Eduardo Azcuy, según se desprende de su trabajo como poeta, como teórico y crítico de los poetas ocultistas examinados en su extraordinario libro, que ahora se reedita por compulsión de los tiempos maduros.

Baudelaire es el hombre arrojado en el mundo. Desde su nacimiento está maldito y condenado por haber pretendido usurpar los poderes creadores del Verbo. Sobre la tierra, o para ser más exactos, en el nivel ordinario de conciencia, las salidas están clausuradas. Su idea de la redención del pecado se aparta de la concepción ortodoxa para situarse en el nivel impreciso de un oscuro pitagorismo. Baudelaire busca una desdibujada trascendencia hacia la unidad primordial.

Las imágenes y los símbolos del inconsciente proyectan sus sombras en un universo overall; el universo viviente de la tradición ocultista que el romanticismo recreará, exaltando los mitos del inconsciente, del alma del mundo, de la unidad universal y de las correspondencias invisibles.

“Todo el universo seen no es más que un depósito de imágenes y signos” expresa Baudelaire, y su imaginación exacerbada recrea el universo de la Doctrina Secreta, el cosmos vivo de la tradición ocultista, que postula relaciones intrínsecas, esenciales y permanentes entre todos y cada uno de los objetos que lo integran.

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